Y es que he sido lectora voraz de todo lo que cayera en mi manos. He leído con ansia y sin criterio, como un ratón de biblioteca, como el propio Firmin en sus orígenes.
Desde los impresionantes testimonios (absolutamente verídicos, OF COURSE) de la sección Qué hubiera sido de mi vida si... del Pronto, a los mini-relatos de Mi primera vez del SuperPop, cuando el sexo era algo muy lejano que a la vez atraía y aterrorizaba; hasta los folletos de los testigos de Jehová que tuve que dejar de leer porque, sencillamente, me producían pavor (si intentaban convertirme a través del miedo hacia la Bestia, por mal camino iban). Las narraciones sobre fenómenos sobrenaturales también entraban en el lote, claro, sobre todo si aparecían en revistas de famosos. Recuerdo en particular la historia de una mujer que era violada, cada mañana, por un ser invisible que se reveló un día como un monstruo. Cómics rosa en los que lo mejor que le podía pasar a una chica era casarse, para ser feliz, etc.
Y todo esto a muy tierna e impresionable edad. Qué de pesadillas, miedos, ideas falsas y tonterías. Qué de expectativas engañosas (gracias, SuperPop) y qué candidez la mía al creerme, al pie de la letra, horóscopos y consejos PERJUDICIALES de todo tipo (sobre salud, relaciones personales, etc).
En este sentido, toda esa basura no me ha aportado nada... o sí. A lo mejor he leído demasiadas cosas que no me convenía; a lo mejor es lo que necesitaba para desarrollar un sentido crítico que años después me ha servido para discriminar y ser capaz de separar la paja del oro.
Porque en mi compulsión también han caído El lobo estepario, cuando no entendía ni un pito de lo que estaba leyendo, El Principito (idem) o una recopilación de romances medievales.
En cualquier caso, me viene a la cabeza una narración de John Windham que leí con muy pocos años y que me horrorizó, sorprendió, encantó, deslumbró. La encontré en una antología de relatos de ciencia ficción que me prestó mi primo B. Jamás había leído cosas así, y jamás había oído nombrar a esos señores que firmaban los cuentos (Asimov, Philip K. Dick, entre otros). El relato se llama Una marciana tonta y además de utilizar un recurso argumental que siempre me ha gustado mucho (y que no desvelo para no estropear la historia a los que os queráis asomar a leerla) hace referencia a la afición por la lectura. Por supuesto, lo enlazo porque lo recomiendo vivamente.
De esa obsesión por la lectura indiscriminada, afortunadamente, sólo me queda la manía de leer las etiquetas, prospectos e ingredientes de cualquier producto comercial.
Ya me he bajado el cuento!... yo también empecé, aunque no tan pronto como tú, mi afición a la lectura, creo que tenía 14-15 años y fue porque estuve un mes y pico en París, viviendo con una tía y estaba hasta los huevos de gabachos hablando francés, la tele en francés, mi prima francesa, etc... así que mi tía que es española tenía unos cuantos libros en español y los devoré todos. Así me entró el gusanillo de la lectura. Ahora leo cada noche, siempre, pero como cada vez voy más agotada me tiro un mes para acabar un libro...
Por cierto, aquel mes y pico mío en París también hizo que me aficionara, ¡ojo, con 15 años! -que los cumplí allí- a Mocedades, Jeannete, Dyango, Perales, etc... que eran las cintas de cassette que tenía mi tía por allí. Creo que fue allí donde descubrí mi vena cursi, pero es que convivir un mes y pico con gabachos saca lo peor de ti.
:)
Ains, qué tiempos...
¿Te enseño mi libro electrónico para bajarme todos los libros habidos y por haber de la red?
Libro bajado, cargado en mi chiquitajo y dispuesto para ser devorado.
Las etiquetas de los ingredientes es importantísima leerlas, en mi caso para rechazar todo aquello que contenga cualquier cosa relacionada con las bebidas alcohólicas. Paranoica que es una. :P
Ajum. Si mi señora esposa se enfada conmigo y todo, porque me leo todo lo que sea. Que luego viene bien, porque tengo una facilidad tremenda para conservar información inútil, nunca sabes cuándo la vas a necesitar.
Y que sepas que se te echa de menos por el blog. So oveja, que ya no me quieres.
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