Qué pereza salir de la ducha para enfrentarme con lo que hay fuera, detrás de la cortina. Porque dentro sólo hay agua y sólo estoy yo.
Qué pereza leer tus mails largos y llenos de recursos manidos, preguntándome a cada línea qué hay y por qué.
Qué pereza salir de la cama a ponerme el traje, la cabeza, el cansancio, el amor y la ternura de ser madre. O esposa, amiga, extraña.
Qué pereza mirarte a los ojos y descubrir que nos odiamos cordialmente. Cruzarnos en la moqueta, disimular el asco.
Qué pereza empezar un libro y sentir un poquito cada página hasta apropiarme de los personajes.
Qué pereza volver a sentarme frente a ti para sentir que no puedo esconderte nada y que me pongas delante lo que de ningún modo quiero ver.
Qué pereza contestar los sms, los mensajes de cualquier tipo.
Qué pereza decidir, pensar, sentir. Caminar por el borde sin pisarlo.
Qué pereza.
¿No?
Psé.
Sí, uf...
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