Ayer fue nuestro aniversario de boda. Empezamos la celebración levantándonos temprano y plantándonos mi madre, mi padre y yo en el Clínico a las 10 y media de la mañana. Después de un par de cambios de fecha, había llegado el día D. Es decir: el día de dejar la próstata de mi señor padre (con su bultito maligno dentro) en el hospital.
A cambio nos habían prometido (no necesariamente por este orden): una habitación a compartir con otros tres señores, temperatura digna del Caribe en temporada alta, sillas de las de destrozar espaldas, personal sonriente y paciente, y paseos interminables por el laberinto del propio hospital. Vamos, como Disneylandia pero todos de blanco.
Allí nadie sabía nada hasta que no volviera la señorita de ingresos. Y esperamos a que nos dijeran a qué número de habitación dirigirnos.
Y esperamos…
Y esperamos…
Mi presencia debía de intimidarles. Vaya por dios, si llego a saberlo me hubiera marchado a las diez y treinta y uno. Cinco minutos después de irme, a las dos y media de la tarde, dieron la voz de alerta (mei dei mei dei, la ballena se ha sumergido, mei dei, plan quirófano a toda leche) y llegó un señor, se llevó a mi padre a la primera planta con muchas prisas y lo metió al quirófano dejando a mi madre en la puerta con un puñao de ropa en la mano, la dentadura postiza y las gafas del pobre hombre.
Iba a ser un día muuuuuy largo.
woooOOOooou, por fascííííículos...
A ver si engancha... jijiji
Pos yo estoy leyendo los fascículos al revés. xDDD
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