Para mí ese libro serás tú porque lo encontré ahí, entre tus manos blancas. Un libro que no leeré pero que siempre será tuyo. Lo miraba intentando buscar respuestas que sabía que no existían, dándome por vencida porque jamás ganaría la batalla por ti. Yo quería encender una cerilla para que vieras la llama al final del pasillo oscuro, con la esperanza ciega del que sabe que las cerillas están mojadas, que no hay donde rascarlas y que ni siquiera hay cerillas. Y ese sentimiento me quemaba más que si de verdad hubiera podido sostener una sin preocuparme de soltarla a tiempo. Yo no puedo entender tu vacío, pero he estado cerca de un borde donde sé que las palabras y las personas no hacen la diferencia.
No voy a leer ese libro porque no quiero recordarte lejos ni tener en la boca el amargor de la derrota por el horror que nadie soporta. Y te he dicho más de una vez que no es que no quiera oírte, es que no puedo, cobarde de mí, porque la sola idea me duele con las cosas que no se entienden, me paraliza sin remedio y casi más aún me aterra no encontrar respuestas y saber que tienes razón y que donde estás sólo tú puedes traerte de vuelta.
Hoy he visto el libro. Lo había olvidado por completo. Hoy he visto el libro y he sentido el miedo, y tengo ganas de abrazarte y sentir tu cuerpo pequeñito no queriendo perderlo nunca. Pienso que voy a hacerlo cuando te vea, pero también sé que no lo haré. Y supongo que me preguntarás si esto es por ti.
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