Yo no sufro en silencio, para qué negarlo. Hablando en plata: tengo una hemorroide que me está amargando la vida y a la que le estoy cogiendo hasta cariño (mentira, pero bueno, el que no se consuela es porque no quiere). Tanto tiempo me lleva acompañando y tanta relevancia ha tenido la puñetera que hasta le he puesto nombre: Remedios.
Apareció un día y ahí se ha quedado. Y tan rebelde es que al segundo día ya estaba yo en urgencias, alardeando de ella. El diagnóstico del médico (al que, al parecer, debían de descontarle del sueldo cada palabra de más que dijera) fue claro: PUES SÍ QUE LA TIENES MAL, SÍ.
(No, hombre, qué la voy a tener mal, si yo vengo a urgencias por deporte, no te jode, y para enseñar el culo, que también tiene derecho a ver mundo).
Ahora viene la enfermera, y va y se pira.
Y la enfermera, otra que tal baila, viene con una inyección de Voltarén y una gasa húmeda con algo que parecen cristalitos para que empape bien a Remedios. Es azúcar, me dice. ¿Pero azúcar, azúcar?, le digo. Azúcar, azúcar, me contesta. Y a punto de arrancarme por Celia Cruz, abro la boca para hablar pero se pira y nos deja, a Remedios, a mí y al trapito con el azúcar-azúcar, solos.
Después de tres meses a dieta estricta sin que un sólo grano de azúcar me haya rozado los labios, el cuerpo se me ha rebelado, maldito traidor. En aquel box de urgencias, Remedios extendió sus bracitos y debió de pensar ¡ESTO ES JAUJA, YIPI JEI! porque desde entonces ahí está, con la cabecita esperanzada y los apéndices fuera, esperando a ver si le doy más alpiste.
Total, que ya no sé si ponerme Hemoal o meterme un donut por el culo.
En fin. Seguiremos informando (Remedios y yo) desde la retaguardia.