Hace unos días que estoy de curso con otras nuevas incorporaciones al algodonal. Y con una de ellas han triunfao como los Chichos.
El primer día pensé que era algo peculiar… el segundo, que parecía lenta. El tercero nos empezamos a reír así, con disimulo, porque aquello ya… y hoy ha sido el día de las carcajadas. Porque una cosa es la educación y la seriedad de un curso de formación y otra… otra es la perla que ha entrado en la empresa.
Interrumpe para preguntar lo que se ha explicado hace un cuarto de hora, no escucha, las dudas que tiene nunca están relacionadas con el tema del que se esté hablando, etc. La niña es lenta y torpe, pero al menos parecía que prestaba atención, si bien estoy convencida de haber oído el flujo del sonido entre sus orejas al entrarle por una y salirle por la otra sin encontrar obstáculo alguno dentro del cráneo.
Y digo que parecía que prestaba atención porque hoy, después de comer, ha dicho que tenía mucho sueño. Y a partir de ahí, se ha callado como Belinda y se ha dedicado a no sabemos qué en el portátil. El chico de formación ha estado explicando cosas sin parar desde las dos hasta las cinco y media. Los demás hemos estado con los cinco sentidos puestos en todas y cada una de sus palabras. Yo he tomado notas como si me fuera la vida en ello. Después de todo, un error en las nuevas tareas que vamos a desempeñar supone algo bastante grave y no me refiero a ganancias o pérdidas de la empresa. ¿Alguna duda? –ha preguntado Sergio, el hombrico, después de pacientes, extensas y preparadísimas exposiciones.
Aquí la perla ha levantado la cabeza y ha dicho, con su lentitud al hablar característica: “¿Cómo se pueden borrar varios correos a la vez? Es que estoy recibiendo muchos. ¿Tengo que leerlos todos?”
Silencio…
Un cardo ruso pasa por la sala…
Sergio le ha contestado e inmediatamente le ha recordado la importancia de la formación que estábamos recibiendo. Respuesta: “No, mira, si me da igual, porque total, como no me estoy enterando de nada, no estoy haciendo caso, jejeje”.
Hala, con dos cojones y un palito.
Sergio no ha movido ni una pestaña. Y yo juraría que, durante una décima de segundo, le he oído sollozar por dentro.