lunes, diciembre 20, 2010

 

Voy a echar de menos algunas cosas, pero de ningún modo hacen que desee mirar hacia atrás. La lección de la esposa de Lot la tengo bien aprendida.

Quizás un nuevo cambio sea una nueva huida. Y me pregunto si vuelvo a escapar buscando un nuevo comienzo, un borrón y cuenta nueva.

Pero esta vez no. Me voy yo, con mis nombres, mis alter ego, mi vida, mi cuerpo, mi cabeza.

Cuando el jevi me ha dicho que le da cierta pena dejar la casa donde tanto ha vivido (bueno y malo) yo le he mirado sorprendida. Los buenos recuerdos son los que compartimos y bueno, esto son sólo cuatro paredes. La familia, la vida, la ciudad va con nosotros (sí, otra vez Kavafis).

La casa (esta que acabamos de vender) tiene una distribución estupenda, tiene luz. El barrio está plagado de comercios. Tengo un Corte Inglés a cinco minutos y cualquier tienda que podáis nombrar de ropa o complementos. Debe de ser el punto mejor comunicado de la ciudad en cuanto a transporte. Tenemos 4 o 5 colegios en un radio muy pequeño.

Mis vecinos son gente tranquila y amable. Mi vecina de enfrente, la que tiene síndrome de Diógenes (estoy segura) a sus cuarenta y poco y es alérgica a la escoba y al trapo, es un cielo. Y lo digo en serio. Su gata es nuestra gata, Minibere los visita a diario y compartimos platos y tartas cuando nos salen ricos.

Mis muy mucho mejores amigos viven a 10 minutos andando. Sobre todo ella, que dice que le gusta tenernos a mano, pero que no me canso de decirle que es recíproco.

Pero no.

Yo me alejo de la inmigración ruidosa. De los colegios públicos con mala fama. Del concertado (privado en infantil)  donde la educación religiosa es obligatoria sí o sí. De la calle estrecha donde los borrachos pasan gritando y no puedes abrir las ventanas en verano, de las voces de los que juegan al fútbol en la calle a las 2 de la madrugada, el puto reguetón de los cojones, la tele de los de enfrente, que parece que en ese maldito bloque no se duerme en verano nadie antes de las 4 de la mañana o sus voces a mil decibelios (que no hablan, gritan) mientras se visten para salir. De la esquina donde en cuanto hace un poco de calor se reúnen una media de 17 a jugar a las cartas, contarse sus cosas (oh, sorpresa, a gritos) y zanganear con sus críos (que juegan, para variar, a gritos) hasta las mil de la noche.

Me alejo de los comercios petados, me alejo del tráfico, de tener que pagar una plaza de garaje y de no poder aparcar nunca en mi calle. De tener que andar un cuarto de hora para llegar a un parque infantil que siempre está hasta la bandera. De tener tan solo una piscina cerca (a 20 minutos en bus ¿¿lo es??) que está tan llena que ni se ve el agua.

Del calor pegajoso en el asfalto, de la cuesta que tengo que subir a pleno sol, de que no se vea el cielo. De un piso que se nos ha quedado pequeño, de tener los libros en el altillo, de no poder poner aire acondicionado, de no tener terraza, de tener un solo baño sin ventana. De no tener un trastero donde poner los juguetes, la bañera o el carrito de Minibere (y tenerlo a la vista o en casa de mis padres a 500 y pico kilómetros). De no tener un simple hueco para poner un acuario.

¿Darme pena a mí marcharme?

Pos mirusté…

4 comentarios:
Pss pss sgueme
Bereni-C reloaded

Marcas de ganaderos
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