domingo, julio 25, 2010

 

Hacía tanto tiempo que no viajaba en tren sin distracciones, que se me había olvidado.

Dejar caer la cabeza con indolencia y salirse del cuerpo. Estar en él, pero transportada. Al ladito del asiento y ajena a su tacto de tela, concentrada en el movimiento y los cambios de ángulo.

Miro los campos y me bebo los colores. Me doy cuenta de que ya no recuerdo la última vez que lo hice. Recuerdo los viajes a Sevilla tomando nota con los ojos de cada casa y cada valla, intentando escribir cartas, recogiendo puentes para transmitirlos de la única manera torpe que sé hacer.

Me gusta. Se me mezcla una suerte de melancolía por el pasado con el dolor ahogado a la fuerza de la distancia. Porque sé que me voy alejando de todo lo que he sido y de los infinitos tonos marrones. De los montes y los olivos, de ese campo que nunca me gustó y que ahora cambiaría en un segundo por esta meseta amarilla y ajena que nunca me ha querido.

De pronto descubro que hay alguien mirándome, la cabeza caída con indolencia, que está muy cerca. Y al mismo tiempo sé que el tacto de la tela en la cara me devuelve al vagón: me gusta la nueva imagen que me mira. Sonrío, y me devuelvo la sonrisa desde el cristal.

2 comentarios:
  • 25/7/10 10:09, Gordipé dijo...

    Así me gusta, con sonrisas.

    Un beso.

    (Palabra de verificación: Messi. ¡Toma ya! ¡Eres una campeona!)

  • 25/7/10 15:53, Nuria dijo...

    ¡Qué bonito lo has contado!

    Y qué distintas las sensaciones comparándolas con tu anterior entrada, en la que también ibas en tren y no entendías nada...

    Me ha gustado mucho.

    :-)))

Pss pss sgueme
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