martes, octubre 28, 2008

A mí es que la lluvia me gusta horrores. Y no acabo de entender esas caras y esos mohines de "tengo el cuerpo igual que el día". Pues no.

La lluvia: la excusa perfecta para ponerse las siempre chulas botas de goma y chas chas chas saltar en los charcos o meterse en otros profundísimos para, de cualquier forma, conseguir que el agua acabe entrando por arriba. Y los pies dentro chof chof porque merecía la pena a pesar de la regañina segura.

El chasquido de los coches en el asfalto, el olor a mojado, las gotitas como mordisquitos fríos chipichop chipichop, la piel de gallina. Y el cielo de gris elegante como si fuese un novio con chaqué. Las nubes gordas y pesadas, con los pechos a reventar de lluvia. Y a llorar y a gritar y a reír. Pero siempre salpicando.

El reflejo rojo cristal de los semáforos en el suelo. Ris ras ris ras ese triángulo de burbujas que queda en el hueco entre los dos limpiaparabrisas, imposible de llenar.

La música de susurros y tambores diminutos sobre los tejados, sobre los cubos de basura, las chapas y las hojas de los árboles, azotadas merecidamente. El baile de las gotas en los cristales, el relato de Cortázar.

Y llueve y llueve y llueve como si el mundo fuera a desdibujarse.

La lluvia como redentora, arrastrando todo el polvo, limpiando mi alma de barro. Me abrocho el chaquetón impermeable, me calzo el gorro de plástico y voy dejando atrás, a simple golpe de talón, el pasado, el miedo y caras en la lluvia, sabiendo que no soy la nueva y anónima esposa de Lot y que no voy a volverme, y que no queda nada que mirar.

4 comentarios:
Pss pss sgueme
Bereni-C reloaded

Marcas de ganaderos
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